Queridos compañeros no-creyentes:
Nada me hubiera impedido reunirme con ustedes a excepción de la pérdida de mi voz (al menos la oral), que a su vez se debe al largo debate que estoy teniendo con el espectro de la muerte. Nadie jamás gana este debate, aunque hay buenos puntos por señalar mientras avanza la discusión. He encontrado, a medida que se hace más conocido el enemigo, que todos los pedidos especiales de salvación, redención y liberación sobrenatural me parecen aún mas vacíos y artificiales que antes. Espero ayudar a defender y transmitir las lecciones de esto por muchos años más, pero por ahora encuentro que mi confianza está mejor encomendada a dos cosas: la habilidad y principios de la ciencia médica avanzada, y la camaradería de innumerables amigos y familiares, todos ellos inmunes a los consuelos falsos de la religión. Son estas fuerzas entre otras las que acelerarán el día en que la humanidad se emancipe de las esposas mentales del servilismo y la supersitción. Es nuestra solidaridad innata y no algún despotismo celestial, la que es fuente de nuestra moralidad y nuestro sentido de decencia.
Ese esencial sentido de decencia se escandaliza todos los días. Nuestro enemigo teocrático está a la vista. Proteica es su forma, se extiende desde la amenaza abierta de mullahs con armas nucleares y las insidiosas campañas para esnseñar seudociencia embrutecida en las escuelas americanas. Pero en los últimos años han habido alentadores signos de una resistencia genuina y espontánea a este absurdo siniestro: una resistencia que repudia el derecho de matones y tiranos de hacer la absurda afirmación que tienen a dios de su lado. Haber tenido un pequeño papel en esta resistencia ha sido el más grande honor de mi vida: el patrón y original de toda dictadura es la renuncia de la razón al absolutismo y el abandono de la investigación crítica y objetiva. El nombre barato de esta letal demencia es religión y debemos aprender nuevas formas de combatirla en la esfera pública tal como hemos aprendido a liberarnos de ella en privado.
Nuestras armas son la mente irónica contra la literal: la mente abierta contra la crédula; la valiente búsqueda de la verdad contra la temerosas y abyectas fuerzas que ponen límites a la investigación (y que estupidamente claman que ya tenemos toda la verdad necesaria). Tal vez sobre todo, afirmamos la vida sobre los cultos de la muerte y el sacrificio humano y tememos no la inevitable muerte sino una vida humana estrecha y distorsionada por la necesidad patética de ofrecer adulación sin sentido, o la creencia lúgubre de que las leyes de la naturaleza responden a gemidos y conjuros.
Como herederos de una revolución laica, los ateos americanos tienen la responsabilidad especial de defender y hacer cumplir la constitución que patrulla la frontera entre la Iglesia y el Estado. Esto también es un honor y un privilegio. Créanme cuando les digo que estoy con ustedes, aunque no físicamente (y en espíritu solo metafóricamente). Determínense a construir el muro de separación del Sr. Jefferson. Y no mantengan la fe.
Sinceramente,